La pandemia además de ser un problema de salud pública se convirtió en un problema espacial; oficinas, restaurantes y colegios pasaron de ser espacios seguros a zonas de riesgo, los parques se cerraron y las aceras se desolaron.
La estabilidad social del ser humano se basa en la afluencia multigeneracional cotidiana y con la llegada de este virus, nuestra manera de habitar los espacios se vio amenazada; se restringió nuestra capacidad de movernos y nos convertimos en una tragedia social.
La cuarentena marcó a la arquitectura de manera histórica; los espacios que antes los arquitectos consideraban como soluciones se convirtieron en problemas. Las viviendas son diseñadas para ser utilizadas durante ciertas horas al día; muchas, inclusive, sirven únicamente para ser un lugar de arribo y descanso.
Cuando adultos y niños se vieron obligados a estudiar y trabajar desde sus casas, las deficiencias de compartir áreas como cocinas, comedores e inclusive dormitorios salieron a la luz; nuestros hogares no se diseñaron para que los niños reciban clases en línea ni para teletrabajar. Nos dimos cuenta que la arquitectura no solo se trata de espacios creados para la recreación en horas libres y fines de semana, sino del derecho a la calidad del espacio, es decir tener buena luz, ventilación correcta y las comodidades necesarias para poder desenvolverse dentro de esta nueva realidad con “otras” labores diarias.
Durante este tiempo la construcción y planificación de proyectos se han detenido no solo por la inestabilidad económica que esta pandemia trajo, sino por la incertidumbre de cómo debería ser nuestro entorno de ahora en adelante.
Los edificios de oficinas se vaciaron, se colocaron letreros de aforo en los ascensores, los gimnasios dejaron de cumplir su función y fue así como las personas, espontáneamente, adaptaron sus espacios a esta nueva realidad.
La historia nos ha demostrado que después de conmociones mundiales, el ser humano gracias a su permeabilidad adapta sus necesidades a las condiciones existentes. Después de la Primera Guerra Mundial, el arquitecto Le Corbusier desarrolló Le Maison Citrohan o la máquina de habitar, una casa industrializada que permitiera eficiencia tanto en su manera de habitar como en su costo; al ser una serie de partes, como la de un auto, sus costos permitían a quienes perdieron su vivienda, acceder a una.
Tras la Segunda Guerra Mundial, surgió el movimiento Case Study Houses, donde la revista Arts & Architecture promovió que una serie de arquitectos crearon un nuevo tipo de vivienda donde primaba la estructura metálica, resultado eficiente de la guerra.
Si bien la pandemia del Covid19 no es una guerra mundial, se ha sentido globalmente como una, pues sus efectos colaterales han sido devastadores, y es aquí donde debemos cuestionarnos como arquitectos ¿Qué es lo que ahora necesita la gente?.
Vivimos en una época donde la necesidad de reutilizar es indispensable, y no podemos permitirnos desechar los espacios. Nuestro trabajo como arquitectos es mantenernos optimistas y seguir resolviendo los problemas que los seres humanos tenemos. He ahí la importancia de entregar a la gente espacios que les permitan seguir desarrollando como seres sociales en su nuevo sentido; el distanciamiento social.
Como dijo el arquitecto italiano, Adolfo Natalini, cofundador de Superstudio, “hasta que todas las actividades de diseño no cumplan las necesidades primordiales, el diseño debe desaparecer. Podemos vivir sin la arquitectura.”
Basado en el artículo Designing to Survive de The Washington Post Magazine.